martes, 15 de abril de 2008

SOBRE WALTER ARP Y UNA MARAVILLOSA VALENCIA QUE SE FUÉ.







****Recuerdos de Walter Arp y de una Valencia maravillosa, 1945-1946.


Estaba en plena adolescencia, tendría unos doce años, cuando comencé a pasar vacaciones en Valencia, en la casa de mi tía Isabél Coronel, viuda de Peña Pérez. Tomaba el motriz en Los Teques, una maravillosa máquina de color naranja, de fabricación alemana, de uno o dos vagones. Viajaba en segunda clase, en asientos sumamente confortables, aunque no de cuero como los de primera clase. El motriz salía de la estación de Los Teques, donde Carlos Zerlin nos vendía sandiwches para el viaje y nos hablaba sobre las naranjas dulces y las bellas mujeres de Valencia. El motriz salía de la estación de Los Teques y comenzaba su viaje hacia la llanura de Las Tejerías, atravesando un paisaje alpino lleno de impresionantes viaductos, túneles y precipicios. Pasábamos por El Encanto y, de allí hasta Las Tejerías, íbamos perdidos entre la bruma y el azulado verdor de las montañas. Ya había descubierto a Tomás Mann y a su extraordinaria novela “La Montaña Mágica”y, en el motriz, rodeado de las montañas me sentía como Hans Castorp regresando de vacaciones desde el sanatorio de Davos-Platz a su casa en las llanuras. En una ocasión viajé a Valencia acompañado de mi tío Esteban Coronel, quien se me asemejaba a Settembrini, tanto en su físico como en su exhuberante y extrovertida personalidad.
Mi tía Isabél vivía en la casa de la Hacienda “El Trigal”, situada en Camoruco, supongo yo en lo que es hoy el callejón Peña Pérez, aunque no pudiera asegurarlo. Al llegar, mi tía Isabél le decía a Cecilia, una de sus hijas, que procedieran a ensillar “mi caballo”. El caballo no era mío, por supuesto, pero lo usaba mientras estaba allá. Salía a caballo con Cecilia desde la casa solariega hasta lo que es hoy la urbanización El Trigal, parte de la hacienda, un viaje que se me antojaba largo, aunque no creo que lo fuera tanto. Iba a caballo, armado con escopeta. Cecilia era una experta cazadora y me enseñó a usar la escopeta y a pescar, aunque nunca llegué a ser muy experto en ninguna de las dos actividades.
Prefería las tardes en los corredores de la casa solariega, viendo caer el sol y admirando los naranjos y, sobre todo, los hicacos, algo que no existía en Los Teques (allá teníamos los no menos maravillosos nísperos del Japón!). Gérman, el hijo de Isabél, mi primo, se sentaba con nosotros, fumando y tosiendo incesantemente, tomando café o ron, destinado a morir todavía jóven por su excesiva amistad con esos tres caballeros. Cecilia, la cazadora, y Marucha, la otra hija de Isabél, de una gran feminidad, se sentaban con nosotros, conversando sobre lo que sucedía en Valencia, quien había nacido, quien había muerto, quien se había casado, quien era novio o novia de quien. La casa de Isabél, lo sabría rapidamente, era el centro de reunión de una gran cantidad de jóvenes y no tan jóvenes Valencianos, de diferentes familias. Recuerdo haber visto allá una mujer bellísima, Loló Bigott era su nombre, a quien conservé en la mente por años, con su pelo negro azabache y aire desafiante de total emancipación. Parece ser que mi prima Cecilia era una especialista en crear y promover situaciones llenas de aventuras y de “intrigas”. A la casa de las Peña llegaba los jóvenes rebeldes, incluyendo a la muchacha a quien no la dejaban ver al novio en su casa.. Allí llegaba el cura de la zona a tomarse un trago y a olvidar momentáneamente sus tareas sagradas o el poeta del momento a comentar sus nuevas poesías.
Una tarde estaba sentado en el jardín con Isabél, quien se divertía mucho con mis comentarios precoces, no siempre ortodoxos, cuando llegó un adolescente claramente mayor que yo, alto y robusto, aún con pantalones cortos. Ello me llamó la atención, porque en Los Teques los jóvenes de esa edad ya se habían alargado los pantalones, en una especie de ritual no muy diferente al de la primera comunión, excepto por el consumo de anís. El adolescente, quien me cayó antipático al principio, era Walter Arp. Estaría cerca de los 18 años. Era miembro de una de las familias más estimadas y estimables de Valencia. Iba a la casa de Isabél porque era amigo íntimo de Cecilia y porque allí probablemente se encontraba con una bella jóven llamada Elena Blaubach.
Quizás lo que no me gustó de Walter fue que parecía ser el novio de Elenita. Cuando la ví por primera vez me enamoré de ella, con la pureza y total adoración con la cuál se enamoran los adolescentes. Años después, en Florencia, pude constatar que Elenita ya había sido pintada por Sandro Boticelli, en “Venus Saliendo de las Aguas”.
Lo cierto es que Walter y Elenita se casaron y que ella fue “el gran amor de su vida”. Hace pocos años la ví de nuevo, en la casa de su hija Valentina, por cierto, la vieja casa de los Coronel en Bejuma, y la encontré tan bella como cuando la vi por primera vez, con esa dulzura que me cautivó en mi adolescencia.
Walter se convirtió en un gran campeón de la naturaleza. Su pintura de aves fue solo un aspecto de su amor por todas las cosas vivas, ya fuesen animales o vegetales. Como el mismo lo dijo: “Soy un ecologista que ha luchado por defender la fauna venezolana”. Walter se hizo uno con el planeta y encontró en Elenita una aliada de primera clase. El amor de esa pareja por la naturaleza ha sido heredado por sus hijos Silvia, Valentina y Federico. Por muchos años Walter y Elena vivieron en armonía con la naturaleza, primero en El Manantial, cerca de Naguanagua y luego en Aguirre, adonde los fui a ver en una ocasión.
Hace unos días vi que se abre una exposición de las pinturas de Walter Arp en Caracas. Ya no iré más a Caracas, al menos mientras esté en el poder Hugo Chávez, pero me hubiera gustado estar allí esta vez, para poder compartir con los familiares, amigos y admiradores de Walter, este evento de reconocimiento a quien fuera uno de los ecologistas más destacados de nuestro país, no solo como pintor de aves sino como miembro activo de un grupo de naturalistas dedicados, algunos de fama internacional, entre quienes recuerdo a Gonzalo Medina y a Gerardo Yépez.
Aunque yo siempre fuí amigo de Walter y de Elena, dejé de verlos por muchos años. Quien si los veía con mayor frecuencia y compartió estrechamente su amor por las cosas de la naturaleza fue mi hermana Cristina, ceramista y naturalista de vocación. Cristina se mantuvo cerca de los Arp-Blaubach por años. La Valencia que yo ví de adolescente cambió rapidamente pero Cristina se mantuvo cercana a Cecilia y Marucha, nuestras primas, a Robert, el hijo de Marucha, y a los viejos amigos de aquella Valencia maravillosa de nuestra adolescencia.
Walter se ha ido y Cristina también. Quiero pensar que, en alguna bella región de verdes tiernos, de bellas aves y de rios cristalinos, ellos estarán disfrutando de la naturaleza que fue su gran amor.
La vida es una combinación de recuerdos, experiencias y esperanzas, una mezcla de pasados, presentes y futuros. He tenido la suerte de compartir parte de mi pasado con gente bella como Walter y Elena y con todos los habitantes de aquella maravillosa Valencia de mi tia Isabél. Aún recuerdo con nostalgia los “dominicos”que comía allá, unos plátanos horneados de una gran dulzura, que ahora comprendo era la dulzura de esa gente.




2 comentarios:

Unknown dijo...

Debe haber sido maravilloso que haya conocido a tan expresivo humano de la libertad como lo fué el Sr Walter Arp. He sido un admirador suyo desde hace aproximadamente 31 años, que llegó a mis manos un libro que me obsequiaron en el Banco Provincial con sus Hermosas Pinturas y excelentes poemas.
Le felicito por tan excelente escrito de un hombre que no debe ser olvidado como uno de los grandes artistas de nuestra tierra.
Oswaldo Fernández.

Unknown dijo...

Gracias; ha dado Ud. a mi corazón, un pedacito de frescura y verdor... también tuve en mis manos ese libro de las pinturas del Sr Arp... una verdadera divinidad.. Gracias por esas historias, eso es lo que mas amo de mi Venezuela....todas las historias que nos pueblan son maravillosas